jueves, 17 de noviembre de 2011

Tengo más de un año de no escribir aquí y la verdad es que no ha sido porque no tenga deseos de hacerlo, sino porque he descubierto que tengo la maldición que subyace a nuestra cultura en general: la monotonía y la tibieza.

Me ha pasado mil cosas: me sentí grande, me sentí estresada, me sentí dolida y también cansada. Falleció mi abuelita, me luxé un hueso y estuve un mes en cama. Descubrí que amo estar echada viendo la tv y que no necesariamente tengo que estar haciendo algo físico todo el tiempo. Falleció otro tío, me sentí sola y también demasiado amada por mi novio y familiares.
Pero sobre todo, creo que lo que ahora me hace más ruido es que me cambié de agencia y descubrí lo que realmente vale en la publicidad.

Ahora entiendo a todos aquellos que llevan 5, 6 y hasta 10 años en una misma agencia y son las personas más felices del mundo simplemente porque se la pasan bien. Porque para ellos vale más estar con la gente con la que se sienten cómodos a querer pensar en campañas diferentes a las que ya les han dado más de 6 veces la vuelta.

Así me pasó a mí. Desde que entré a mi anterior agencia todos me recibieron con una sonrisa. Algunos más que otros claro, pero jamás olvidaré a mi primer vecino de escritorio (ahora un gran amigo) que me dijo: qué pedo, con que tú eres mi nueva hermanita jaja...

Y así fue. Tal vez fueron las circunsatncias que pasaban en esa agencia pero en menos de 6 meses yo ya me sentía en una hermandad, porque vivíamos como tal y porque también estábamos la mayor parte del tiempo juntos. Pero no sé, había algo más que nos hacía confiarnos todo y de verdad querernos los unos a los otros. Hoy casi todos estamos afuera y cada vez que nos vemos siento la vibra de emoción por vernos, porque no importa si contamos los mismos chistes o nos jodemos con burlas, en esas horas de convivencia seguimos siendo hermanos a pesar de que no nos volvamos a ver en meses.

Extraño a mi otra agencia y a mis otros amigos, extraño al poli que detonaba bromas y que también se hacía parte de nosotros; extraño hasta las instalaciones, a las de cuentas y a las fiestas.

Extraño también tener la ilusión de pensar algo padre y no sé si ese sentimiento sea producido por el área en el que estoy o por mí misma, pero definitivamente la llama que traía por la publicidad se ha ido disolviendo. La mayoría de la gente que lleva años en ésto me cuenta que es normal, que a todos les pasa y que quienes sobreviven aquí es porque se acostumbran a tener un jefe que no exige, a sacar la talacha y a dejar sus mejores pensamientos escondidos en el último cajón cerebral, en el último peldaño del laberinto de la creativdad. Y es lo que no me gustaría que me pasara, y no sé si es porque me falta esa hermandad para volver a disfrutrar mi trabajo, o de plano es mi alma la que dice que este oficio no más no la alimenta.

Por eso hoy probé una vez más. Me voy a cambiar de equipo (antes decía de agencia) y si veo que no funciona ya me dedico a otra cosa. Espero esta vez, sí poder cumplir mi propósito.

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